Angel Hernández se retira. La noticia ha provocado ríos de alegrías y burlas entre peloteros y aficionados. Desde las “aleluyas’’ hasta “ya era hora’’, las redes sociales se han inundado de referencias, totalmente negativas, hacia el árbitro cubano que ejerció su profesión durante tres décadas en las Grandes Ligas.
Nacido en La Habana un 26 de agosto de 1961, Hernández llegó a los Estados Unidos con apenas 14 meses de edad y creció en Hialeah, al amparo de su familia y de su padre, que dirigía una liga local de béisbol, donde el chico jugaba y, en ocasiones, servía de árbitro.
De modo que no fue poco lo alcanzado por Hernández, quien fue pasando de circuitos periféricos hasta las Ligas Menores, pero en mayo de 1991 su vida cambió por completo cuando fue llamado como sustituto para impartir justicia en la gran carpa.
Ese fue un momento inolvidable, al que asistieron casi 60 amigos y familiares, como si se tratara del debut de una futura estrella, pero lejos estaría de imaginar que también marcaría el inicio de una carrera cuando menos pintoresca, acribillada por la crítica.
Poco a poco, Hernández se fue convirtiendo en el blanco perfecto de las críticas por sus polémicas decisiones, y aunque no siempre era el peor árbitro en mediciones internas, ciertamente su accionar -por ahí se pueden apreciar en videos sus grandes éxitos de errores- le colocó en un lugar no tan preciado entre los amantes del béisbol, dentro y fuera del terreno.
Sus colegas de profesión, sin embargo, le veían de otra manera y le apoyaban, tal vez sintiendo que un ataque a Hernández abría las puertas para otras valoraciones, sobre todo en los tiempos donde la repetición instantánea no se había establecido y la palabra del árbitro era casi infalible.
Sin duda, otro elemento que no ayudó para nada a fomentar su popularidad fue la demanda en el 2017 contra las Grandes Ligas por supuesta discriminación racial.
Hernández sintió que disminuían su presencia en juegos importantes de postemporada, pero el procedimiento penal contra su empleador no prosperó y muchos le vieron como un pataleo innecesario.
“No hace falta decir que ha habido muchos cambios positivos en el juego del béisbol desde que entré en la profesión’’, expresó Hernández en un comunicado de prensa.
“Esto incluye la expansión y promoción de las minorías. Estoy orgulloso de haber podido participar activamente en ese objetivo mientras era árbitro de las Grandes Ligas’‘.
Hernández, de 62 años, trabajó su último partido el 9 de mayo como árbitro de la goma en el triunfo de los Medias Blancas de Chicago 3-2 sobre los Guardianes de Cleveland en el Guaranteed Rate Field, pero en ese momento nadie imaginaba que no se le vería más decretando bolas y strikes.
“Desde mi primer partido en las Grandes Ligas en 1991 he tenido la muy buena experiencia de vivir mi sueño infantil de arbitrar en las Grandes Ligas’’, apuntó el habanero.
“No hay nada mejor que trabajar en una profesión que te gusta. Atesoro la camaradería de mis colegas y las amistades que he hecho a lo largo del camino, incluyendo a nuestros asistentes de vestuario en todas las diversas ciudades. He decidido que quiero pasar más tiempo con mi familia’’.
Al final, más allá de las burlas y críticas, tiene razón Hernández. Digamos que fue como uno de esos peloteros que tal vez bateó para .200 en su carrera, pero se mantuvo más que otros en el juego. Ahora se aleja para siempre de esos mismos terrenos que le convirtieron en el peor villano de la pelota.
Al menos ya terminó su agonía.